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El Castillo de la Peña Bermeja, una trágica leyenda y un cementerio en su patio, escenario perfecto para un puente cargado de misterio
Cuentan los más ancianos del lugar que, en tiempos de la Reconquista, que la sangre de la doncella más bella que jamás vio florecer el Jardín de la Alcarria tiño de rojo bermejo una de las piedras del Castillo, que todavía hoy puede apreciarse a mano izquierda según se accede al recinto. Brihuega recibe este puente a gran cantidad de turistas que aprovechan la visita para descubrir sus preciosos rincones, cargados de historia y de misterio
Según explica la tradición, vivió en Brihuega un hidalgo de nombre Alonso de Medina, de pocas rentas pero mucha dicha. Y es que junto a él vivía su hija, Elisa, la más bella flor que hasta entonces había pisado el Jardín de la Alcarria. Tal era su esplendor que el guardián del Castillo, un tal Abdul, cayó prendidamente enamorado de ella hasta el punto de perder la cabeza.
Una triste mañana, en la que la pobre muchacha se bañaba en un remanso del río Tajuña, que baña los pies de Brihuega, el taimado gobernante se lanzó como una bestia a por ella. Elisa, que quiso defender su honor, defendió como pudo su pureza; pero Abdul, preso de la locura, hundió su puñal en su costado, propiciándole la muerte y lanzándose al río al comprender lo que acababa de hacer.
La piedra sobre la que se recostó la joven quedó entonces teñida de rojo, el rojo bermejo que da nombre al Castillo pues los briocenses de la época, tras conocer la historia, la recogieron y la colocaron llenos de rabia y dolor en el castillo, como recuerdo de la pérdida. Así, cada 15 de agosto, día de la patrona de Brihuega, cuenta la leyenda que la piedra adquiere una tonalidad rojiza más intensa.
Un cementerio y un museo en el antiguo hospital
Pero no es esta leyenda la única peculiaridad de este Castillo de la Piedra Bermeja, pues resulta que en su patio alberga el antiguo cementerio municipal, lo que confiere una pintoresca y tenebrosa estampa a la visita en estas fechas.
Un cementerio que alberga su propia historia, pues fue acondicionado después de que las tropas napoleónicas arrasaran la fortaleza y quedase casi en ruinas. Así, en 1834 un brote de cólera morbo sufrido en agosto de ese año obligó a su reconversión, pasando a manos municipales en 1835 y oficializándose como cementerio en 1838. Una época en la que lo que ahora es el flamante Museo de Historia, visita obligada en el municipio, fue convertido en hospital de la villa para tratar todo ese tipo de afecciones.
Y es que el museo, antiguo convento franciscano de San José fundado en 1619, también tiene todas las papeletas para albergar entre sus centenarios muros a toda clase de fantasmas y almas en pena. No en vano, fue cárcel en sus bajos y colegio.